Estaba sola, sentada, en medio del autobús del instituto, de camino a la excursion primaveral, ni detrás como la gente "guay" que siempre arman jaleo, ni delante como los pelotas del profesor (ella los odiaba, sobretodo a Carlos, a él si que le odiaba), sino en medio, como si quisiera pasar desapercibida.
Pero aunque intentaba disuadir sus pensamientos siempre llegaba a lo mismo, su vergüenza, su madre, las madres de sus amigos y algunos compañeros de clase chismosos. Ella suspiraba, y miraba por la ventana esperando que el día pasase rápido y a ser posible también que ella se volviera invisible, eso sería genial, entonces empezó a pensar "¿qué pasaría si fuera invisible?", aún así encontraba pegas, encontraba cosas para echarse en cara.
Al rato de seguir divagando y pensando en intentos y deseos para borrar el día, Diego, se acercó, ella sabía que era Diego, porque olía desde una legua a un perfume deportivo, de esos que se echan los chicos después de estar toda la mañana metidos en un gimnasio. Diego se apoyó en el asiento vacío, la miró, se sentó junto a ella y la cogío la mano, ella le miró y volvió a agachar la cabeza. Entonces Diego dijo: "No pasa nada, os pasa a todas, a todas las mujeres, no hay porque sentirse mal ni avergonzada".
Ella fijó su mirada en los grandes ojos verdes de Diego. Él pudo ver una lágrima arrastrandose por su mejilla, le tocó el brazo ligeramente y la dió un beso en la mejilla a la vez que dijo: "Si hablan, es porque tienen envidia, si cuchichean, es porque ellas no pueden, si te hacen sentirte mal, es porque ellas no tienen personalidad para sentirse bien de otra forma, asique, un consejo, sonrie, es tu peor arma contra ellas, y tu mejor regalo para nosotros".
Diego la acarició la cabeza, como un hermano preocupado y mientras se iba, la miró y sonrió. Qué bien se sentía, como un héroe.
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